28 March 2007

No quiero paz



No quiero paz, no hay paz,



quiero mi soledad.



Quiero mi corazón desnudo



para tirarlo a la calle,



quiero quedarme sordomudo.



Que nadie me visite,



que yo no mire a nadie,



y que si hay alguien, como yo, con asco,



que se lo trague.



Quiero mi soledad,



no quiero paz, no hay paz.


jaime sabines


08 March 2007

Imagina

Camina por la calle de adobe, paraíso amarillento de vida vespertina.
Toma el camino de la tiendita que todos ignoran, al otro lado de la calle. El tendero, un anciano de tantas arrugas como arena en el mar, al que todos conocemos por el pajarero perdido, señala una botellita de contenido rojo, escondida entre miles que había en los estantes. Ella la toma con la mano derecha, con la izquierda un escarabajo que caminaba por la repisa y con cuidado maternal acomoda al insecto en uno de los compartimentos interiores de su aplio bolso de tela gastada; acompañado por la botellita.

Continua urgando hasta que su codo desaparece.

El anciano la mira con aire meditabundo, en flor de loto y no se sorprende cuando, al emerger el brazo completo, dentro del bolso se arma un alboroto; ruidos de quijadas al cerrarse y de elefantes llamando al agua llenan el aire ya de por sí enrarecido.
acerca su puño cerrado a la boca y besa su contenido, luego extiende la mano un colibri vuela hacia el techo y se integra a la masa de aves que vuela por el techo

Satisfecha y sin despedirse se lanza a la calle, dos o tres cuadras después comienza a figurarse en el horizonte un hombre de raíces por pelo y dibujos por piel. Un saludo cálido después se sientan a cada lado de alguna puerta principal.

Ella mete de nuevo su mano al bolso, saca la botella, ésta se estrella en el pavimento y un humo rojo inunda el aire. El humo actúa como la música de los encanta serpientes y del bolso salen dos tortugas milenarias, una lagartija, un camaleón aún de color amarillo con algunas manchas cafés, varias decenas de aves levantan el vuelo y algunas mantis religiosas trepan por las paredes. La luna se llena y se descuelgan las estrellas y un búho se posa en el farol más cercano. Anticipando el final, antes de que los pasos de los elefantes y de las jirafas dejaran de retumbar en la madera de la puerta, él le pregunta:

-¿Cuántos quedan?

-Ninguno, pero vamos por más- y antes de levantarse para ir de nuevo a la tiendita invisible, toma una hormiga del suelo y la pone en su bolso.